Me preguntan a veces por qué en inglés hasta los especialistas usan términos sencillos y de significado diáfano, como sleeping pill, cuando en español tendemos a usar, incluso hablando con pacientes de a pie, cultismos como ‘somnífero’, cuyo significado solo podemos aprender de memoria o con el uso; si no sería más sencillo acuñar también nosotros voces autoexplicativas, que cualquiera pueda entender a la primera.
El caso es que tuvimos ya un término así: dormitivo (según el Diccionario de la RAE: «dicho de un medicamento: que sirve para conciliar el sueño»), pero por alguna razón cayó en desuso. No es raro que suceda así entre nosotros. En las lenguas romances (como el español), a diferencia de lo que sucede en las lenguas germánicas (como el inglés), las voces populares tienden a verse desplazadas a menudo por tecnicismos griegos y latinos, que gozan de mayor prestigio en el entorno sanitario. Es lo que ha pasado —o está pasando— con palabras de larga tradición como almorranas, azogue, cagalera, calentura, lavativa, matriz, pulmonía y zancajo, progresivamente desplazadas en todos los registros del lenguaje por sus respectivos sinónimos cultos: hemorroides, mercurio, diarrea, fiebre, enema, útero, neumonía y calcáneo.
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